“Que no sea de
otro quien puede ser dueño de sí mismo”, dice Paracelso. Me parece una verdad
de Perogrullo. Uno no puede dar lo que no tiene y, si no se es responsable de
sí mismo, ¿cómo se va a poder compartir responsabilidad con otro, con los
demás?
El ser humano,
la persona, no puede entregar su vida a otro, ni darse ni prestarse ni
alquilarse. Mucho menos pertenecer a otro. Somos “junto con”, como “alas de un
mismo vuelo”, para “saber mirar juntos en la misma dirección”.
¿Qué simpleza
es esa de que una persona pretenda conocer todas las profundidades de la otra?
“¿En qué piensas, cariño?” me parece una falta de respeto. “Yo soy el mejor
amigo de mi hijo”. Lo que su hijo necesita es un padre, una madre, los “amigos”
ya se los hacen ellos mismos. “Mi nena no tiene secretos para mi”. Pobre y
limitada concepción de relación familiar.
Muchas parejas
se rompen, no por falta de entusiasmo sexual, sino por falta de respeto, de
interés, de seguridad,… de silencio, de autonomía, de libertad. Todas y cada
una de las personas que comparten una experiencia, un quehacer, un hogar, un
proyecto de futuro tienen derecho a tener su propio espacio de autonomía, de
sosiego, de soledad “compartida” que no es lo mismo que aislamiento.
Cuando nos
conocimos, y tú eras, en un abeto, todos los abetos del mundo y yo era para ti
todas las encinas del mundo en una, algo achaparrada o esmirriada o esbelta y
airosa palmera de fino talle. Eso fue lo que nos atrajo: nuestros “disparates”,
nuestras autonomías, nuestras formas de ser con peculiaridades y defectos.
Hasta nos hacían “gracia” y eso contribuyó a forjar nuestra relación.
Ya somos
mayorcitos, que no llame tu atención ahora lo que antes tanta gracia nos hacía.
Respetémonos, escuchemos, acojamos, sepamos “no tener en cuenta”, tratemos de
comprender pero esto no significa que nos guste o que estemos de acuerdo con lo
que no lo estamos. Pero si no afecta a algo muy importante en la relación, no
entres al trapo, déjalo. Pero que esa relación de cariño, de afecto, de
amistad, de amor… nos ayude a respetarnos, y a que respetes que tu opción no me
haga dar saltos de alegría. ¿Me preguntas? Te respondo, o hago un gesto, si a
ti te gusta… Hay personas que no preguntan para conocer tu opinión sino para
que los confirmes en la suya, de la que a veces no están muy seguros.
No te sirvas de
otro como “objeto” de lo que tú llamas amor. Porque el “otro” jamás podrá ser
objeto de nada sino “sujeto” que sale al encuentro y te interpela… y entonces,
juntos que no aplastados, podéis caminar, expandir vuestras propias realidades
que jamás se confunden pero que se “comprenden” y “conversan”.
A veces,
tratamos de comprehender, “abrazar”, sin entender intendere “extender,
tener idea clara de las cosas”, intus legere, “leer dentro de”.
“Comprendo tus temores, pero no los entiendo”. Se da en la amistad, en el
afecto, en las relaciones interpersonales. A un hijo y a un amigo, a tu pareja
y hasta a tus colaboradores, a veces, los acoges, tratas de comprenderlos
aunque no los entiendas. Por eso, no es lo mismo creer “en alguien” que creer
“a alguien”. El amor, los afectos, el respeto consiguen una alquimia que no
resistiría un análisis material, sin más. Pero que no nos hagan parecer tontos.
“Te respeto, te
aprecio, ánimo, te quiero pero no pretendas que, encima, me “guste” lo mismo
que a ti”. Eso sí que sería una falta de respeto, de madurez, de dignidad… si
te diera la razón… para que te callaras o me dejaras en paz.
Es por respeto
del otro por lo que lo hacemos. A veces hay que saber decir no, o guardar
silencio. Aquí entra la calidad, la simpatía, la destreza de la persona
interpelada para saber decir no de la forma más delicada y hasta sonriente.
Los maestros
dicen que un silencio, un no resistir ante una presión, podrían convertirse en
injusticia y en falta de consideración… de ambos.
Como la
educación, la cortesía, la elegancia, el estilo, las buenas maneras son
hermanos menores de la justicia. Lo que llaman “caridad”, “porque me da pena”,
no debe confundirse con lo que se debe en justicia pero se transforma en la
“forma” de hacerlo. Ya que no importa tanto lo que hacemos sino cómo lo
hacemos. Y para una persona sabia, culta o despierta, o sencillamente humana da
igual ponerse en camino que alcanzar la meta. Cada paso o descanso en el camino
es saberse en la meta. El camino comienza mucho antes de dar un paso.
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*Profesor Emérito de la Universidad
Complutense de Madrid (UCM).
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