lunes, 23 de abril de 2012

¿Por qué con ambulancias?

-Abril y Virgilio Eugenio-

Giannella Perdomo

En las páginas de nuestras efemérides patrias, a partir del 1965, el mes de abril nos atesora un gran legajo de  acontecimientos de capital importancia para el desarrollo de la sociedad dominicana.  Entre otros,  las luchas por el logro de la democratización del país.  Hurgando  en ese cúmulo de pliegos,  refresco la memoria con la llegada de Virgilio Eugenio a nuestro hogar materno, procedente de Cuba.

Finalizada la Guerra de Abril - período en el que participó activamente -,   junto a otros compañeros de la Agrupación Política 14 de Junio, Virgilio debió viajar a la hermana República de Cuba para recibir entrenamiento militar y de inteligencia.  Una vez que regresara al país, ahora en su condición de miembro de la organización “Los Comandos de la Resistencia”, organizaría, entre otras responsabilidades,  las condiciones para el regreso del Coronel Francisco  Alberto Caamaño Deñó. Debidamente instalados en  territorio cubano y en   razón de que el área donde  realizaban el adiestramiento estaba poblada de palmeras, adoptaron el nombre de ¨Los Palmeros¨, calificativo con el que se les reconoce comúnmente. 

La fresca noche de abril nos trajo la gratísima sorpresa ¡Virgilio había regresado de Cuba, clandestinamente,  y quería compartir unas horas en la residencia de Quisqueya, nuestra progenitora! Luego de tomar  las medidas de seguridad que el caso ameritaba,  -así lo creímos, que  ilusos! -, acompañado de un familiar,  entró a la casa. Con la alegría infinita de verle, no faltaron los abrazos, besos, lágrimas  y emociones desbordadas.  Nos atropellábamos para hablarle, y sobre todo  por escucharle sus serenos  y escuetos comentarios. 

 Aunque esta visita estaba planificada para muy pocas horas, en medio de toda aquella mezcla de sentimientos, nos sorprendieron las horas del alba. 

El almuerzo, sencillo pero suculento, lo disfrutamos al máximo.  Nuestra madre era una excelente manejadora del arte culinario.  Conversamos un poco mientras las primas decidieron reposar la siesta.  ¡Quién podría imaginar la manera final de  ese descanso!

Sigilosamente y en un abrir y cerrar de ojos,  armas largas en manos de uniformados, -como de costumbre-, alterados,  irrumpieron en nuestra morada.   ¡Se terminó el reposo! Recuerdo a mi prima Luisa, quien pretendía dormir su siesta-y que  hoy  descansa sin que nadie perturbe sus sueños-, cómo temblaba  en la cama ante la aparición de aquel soldado que le apuntaba a escasos centímetros de su cara.   

Virgilio Perdomo Pérez
En aquellos instantes observábamos la tropa  revisar las dependencias de la casa con modales un tanto primitivos;  mi hermana, mis primas y yo,  temerosas por el destino de Virgilio, nos reunimos en el comedor a esperar que concluyera la inesperada y desagradable visita. ¡Cuánta impotencia, no podíamos hacer más que ver y callar! 

Entretanto, Virgilio Eugenio, al percatarse de la presencia castrense,   corrió fugaz  hacia el patio con el propósito de escapar y  de un salto alcanzó el borde de la pared  trasera, limítrofe a la academia de estudios comerciales,  a fin de poder escabullirse  hasta la avenida de Las Américas, pues en aquellos días residíamos  en el Ensanche Ozama del hoy Santo Domingo Este.              
                                    
En su intento,  sin que midiéramos la cuantía del contingente militar, uno de ellos allí apostado, al verlo asomarse no tardó en apuntarle, con claras intenciones de dispararle.  Procedente de la academia, escuchamos aquella voz, con gran fuerza reclamar: “¡Hermano  en armas, no dispare!”. Ese grito evitó su muerte.  

Mientras, en los alrededores,  los hombres dentro de la   ambulancia permanecían  indolentes y  mudos, expectantes  a los acontecimientos que pudieran desarrollarse. 

Cesó la tensión del momento.  No se escuchó disparo alguno. Nuestra madre, en veloz carrera, llegó hasta donde estaba su hijo!  Siempre rodeada por la soldadesca, con los brazos extendidos hacia él, esperó a que bajara de la pared, sin apartársele ni un centímetro. Los movimientos de la tropa convertían la presencia del Fiscal en un dibujo casi invisible, aun delante de él  pudieron asesinarle. Aquel allanamiento, ocurrido el  24 de abril del 1968, concluyó con su apresamiento y de inmediato  fue conducido al Palacio de la Policía Nacional donde procedieron a interrogarlo.

Previo a  despedirnos,  Virgilio –joven pulcro y cuidadoso de la higiene- precisó de asearse un poco; se dirigió al baño, custodiado por un militar fusil en manos,   quien permaneció a  la entrada.  Mami, sin titubear, posterior al diálogo sostenido con el Fiscal, entró de espaldas, respetando el pudor de  su hijo.  Mujer de gran coraje y astucia,  dirigía sus movimientos cuidándole la vida con la suya para evitar escenas similares a las acaecidas con otros jóvenes luchadores asesinados luego de que fueran apresados.
Consternadas  y con gran dolor le vimos partir.    Posteriormente le trasladaron a la Penitenciaría Nacional de  “La Victoria”, donde permaneció por varios meses. 

Con el objetivo de que se agilizaran las audiencias judiciales y  sin mayores opciones, aunado a sus compañeros reclusos, les fue necesario recurrir a  la estrategia de la huelga de hambre, en la que se mantuvieron  firmes 41 días.  Logradas las metas y tras ser acusado de asaltar una sucursal bancaria del The Royal Bank of Canada,   al concluir esta jornada obtuvo su libertad  bajo fianza.  Luego de abandonar el presidio se  reintegró a sus quehaceres políticos.     

A partir de esos incidentes,  durante mucho tiempo, la morada de mamá   no fue sitio de reunión para disfrutar de su compañía.  

Conocedores de esta disyuntiva, la familia Echavarría Hernández, encabezada por   don Darío y doña Mercedes, cariñosamente Chela, familia anti-trujillista desde siempre,  con gran amor y valentía, nos albergaron alguna que otra vez para compartir con ellos el escondite que en su hogar reservaron a Virgilio. En este período, Mairení, Rubén (Hiró) y  Ligia  sostuvieron mayor acercamiento con él.  

En ese ambiente familiar, recuerdo que nos sentábamos en la galería y Virgilio permanecía oculto en el primer dormitorio, próximo al área de nuestra reunión. Desde allí  compartía con nosotros.  Conversábamos de cosas sin relevancias, en tonos altos para que los calieses asignados a las inmediaciones de la residencia pudieran escucharnos y burlar así su vigilancia. Presumo que nos oirían como  ¨mujeres  que  hablan disparates”.  Primeramente invitada, mi mamá aprovechaba  estos encuentros  para  acercarse y desde  allí “saludar”  a su amado  vástago.   Ligia, siempre tan     audaz,  le pedía acompañarla a la cocina para preparar algún refrigerio, tiempo en el que Quisqueya podía “esfumarse” para abrazar y conversar con su hijo.  Tras breves minutos, radiantes, bandejas en mano, ambas retornaban dispuestas a que degustáramos aquellas exquisiteces.     

Ligia y Quisqueya, se conocieron a partir de enero  del año  1960,   en el penal  “La Victoria”,   mientras aguardaban en las filas que se formaban para visitar a sus familiares y amigos allí recluidos, integrantes del Movimiento Clandestino 14 de Junio. Sobre la base de esas vivencias  desarrollaron  una hermosa amistad.  

A la vez que Ligia visitaba a sus hermanos Vinicio y Rubén, Quisqueya pretendía hacerlo con su  esposo, Eugenio Perdomo Ramírez, lo que nunca logró.  Eugenio fue detenido en Santiago de los Caballeros, el 25 de enero de 1960 y estrangulado en la silla eléctrica días después, datos que ella desconoció por un período de  aproximados  2 años.  

En el entorno de aquellas  acciones, no entendí jamás,  por qué la ambulancia, como parte del grupo armado,  se encontraba en el área donde se realizaban las maniobras requisitorias?   Formas y acciones de la  época de los inolvidables 12 años del gobierno presidido por Joaquín  Balaguer.  ¡Que en nuestro país, hechos como estos, no tengamos que vivirlos jamás! 

Para los Echavarría Hernández,  con su conducta ejemplarizadora, ante  la complicidad y apoyo que nos brindaron,   muestras de incalculable solidaridad,  nuestra gratitud por siempre. 
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giannellaperdomo@hotmail.com

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