Giannella Perdomo
En las páginas de nuestras efemérides patrias, a partir del 1965,
el mes de abril nos atesora un gran legajo de acontecimientos de capital
importancia para el desarrollo de la sociedad dominicana. Entre
otros, las luchas por el logro de la democratización del país.
Hurgando en ese cúmulo de pliegos, refresco la memoria con la
llegada de Virgilio Eugenio a nuestro hogar materno, procedente de Cuba.
Finalizada la
Guerra de Abril - período en el que participó activamente -,
junto a otros compañeros de la Agrupación Política 14 de Junio,
Virgilio debió viajar a la hermana República de Cuba para recibir entrenamiento
militar y de inteligencia. Una vez que regresara al país, ahora en
su condición de miembro de la organización “Los Comandos de la
Resistencia”, organizaría, entre otras responsabilidades, las condiciones
para el regreso del Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó. Debidamente instalados en territorio cubano y en razón de que el área donde
realizaban el adiestramiento estaba poblada de palmeras, adoptaron
el nombre de ¨Los Palmeros¨, calificativo con el que se les reconoce
comúnmente.
La fresca noche de abril nos trajo la gratísima sorpresa ¡Virgilio
había regresado de Cuba, clandestinamente,
y quería compartir unas horas en la residencia de Quisqueya, nuestra progenitora!
Luego de tomar las medidas de seguridad que el caso ameritaba, -así
lo creímos, que ilusos! -, acompañado de un familiar, entró a la
casa. Con la alegría infinita de verle, no faltaron los abrazos, besos,
lágrimas y emociones desbordadas. Nos atropellábamos para hablarle,
y sobre todo por escucharle sus serenos y escuetos
comentarios.
Aunque esta
visita estaba planificada para muy pocas horas, en medio de toda aquella mezcla
de sentimientos, nos sorprendieron las horas del alba.
El almuerzo, sencillo pero suculento, lo disfrutamos al
máximo. Nuestra madre era una excelente manejadora del arte
culinario. Conversamos un poco mientras las primas decidieron reposar la
siesta. ¡Quién podría imaginar la manera final de ese descanso!
Sigilosamente y en un abrir y cerrar de
ojos, armas largas en manos de uniformados, -como de costumbre-,
alterados, irrumpieron en nuestra morada. ¡Se terminó el reposo!
Recuerdo a mi prima Luisa, quien pretendía dormir su siesta-y que hoy descansa sin que nadie perturbe sus sueños-, cómo
temblaba en la cama ante la aparición de
aquel soldado que le apuntaba a escasos centímetros de su cara.
Virgilio Perdomo Pérez |
En aquellos instantes observábamos la tropa revisar las
dependencias de la casa con modales un tanto primitivos; mi hermana, mis primas y yo, temerosas por el destino de Virgilio, nos
reunimos en el comedor a esperar que concluyera la inesperada y desagradable
visita. ¡Cuánta impotencia, no podíamos hacer más que ver y callar!
Entretanto,
Virgilio Eugenio, al percatarse de la presencia castrense, corrió fugaz
hacia el patio con el propósito de escapar y de un salto alcanzó el
borde de la pared trasera, limítrofe a la academia de estudios
comerciales, a fin de poder escabullirse hasta la avenida de Las Américas,
pues en aquellos días residíamos en el Ensanche
Ozama del hoy Santo Domingo Este.
En su intento, sin que
midiéramos la cuantía del contingente militar, uno de ellos allí apostado, al
verlo asomarse no tardó en apuntarle, con claras intenciones de dispararle.
Procedente de la academia, escuchamos aquella voz, con gran fuerza reclamar: “¡Hermano en armas, no dispare!”. Ese grito
evitó su muerte.
Mientras, en los alrededores, los hombres dentro de la
ambulancia permanecían indolentes y mudos, expectantes a los
acontecimientos que pudieran desarrollarse.
Cesó la tensión del momento. No se escuchó disparo alguno. Nuestra
madre, en veloz carrera, llegó hasta donde estaba su hijo! Siempre
rodeada por la soldadesca, con los brazos extendidos hacia él, esperó a que bajara
de la pared, sin apartársele ni un centímetro. Los movimientos de la tropa
convertían la presencia del Fiscal en un dibujo casi invisible, aun
delante de él pudieron asesinarle. Aquel allanamiento, ocurrido el 24 de abril del 1968, concluyó
con su apresamiento y de inmediato fue
conducido al Palacio de la Policía Nacional donde procedieron a interrogarlo.
Previo
a despedirnos, Virgilio –joven pulcro y cuidadoso de la
higiene- precisó de asearse un poco; se dirigió al baño, custodiado
por un militar fusil en manos, quien permaneció a la
entrada. Mami, sin titubear, posterior al diálogo sostenido con el
Fiscal, entró de espaldas, respetando el pudor de su
hijo. Mujer de gran coraje y astucia, dirigía sus movimientos cuidándole
la vida con la suya para evitar escenas similares a las acaecidas con
otros jóvenes luchadores asesinados luego de que fueran apresados.
Consternadas y con gran dolor le vimos
partir. Posteriormente le trasladaron a la Penitenciaría
Nacional de “La Victoria”, donde
permaneció por varios meses.
Con
el objetivo de que se agilizaran las audiencias judiciales y sin mayores opciones, aunado a sus compañeros
reclusos, les fue necesario recurrir a la estrategia de la huelga
de hambre, en la que se mantuvieron firmes 41 días. Logradas las
metas y tras ser acusado de asaltar una sucursal bancaria del The Royal Bank of
Canada, al concluir esta jornada obtuvo
su libertad bajo fianza. Luego de abandonar el presidio se reintegró a sus quehaceres políticos.
A
partir de esos incidentes, durante mucho tiempo, la morada de
mamá no fue sitio de reunión para disfrutar de su
compañía.
Conocedores
de esta disyuntiva, la familia Echavarría Hernández, encabezada por don Darío y doña Mercedes, cariñosamente
Chela, familia anti-trujillista desde siempre,
con gran amor y valentía, nos albergaron alguna que otra vez para
compartir con ellos el escondite que en su hogar reservaron a Virgilio. En este
período, Mairení, Rubén (Hiró) y
Ligia sostuvieron mayor
acercamiento con él.
En
ese ambiente familiar,
recuerdo que nos sentábamos en la galería y Virgilio permanecía oculto en el
primer dormitorio, próximo al área de nuestra reunión. Desde allí
compartía con nosotros. Conversábamos de cosas sin relevancias, en tonos
altos para que los calieses asignados a las inmediaciones de la
residencia pudieran escucharnos y burlar así su vigilancia. Presumo que
nos oirían como ¨mujeres que hablan
disparates”. Primeramente invitada, mi mamá aprovechaba estos
encuentros para acercarse y desde allí “saludar” a su
amado vástago. Ligia, siempre tan audaz,
le pedía acompañarla a la cocina para preparar algún refrigerio, tiempo
en el que Quisqueya podía “esfumarse” para abrazar y
conversar con su hijo. Tras breves minutos, radiantes, bandejas en mano,
ambas retornaban dispuestas a que degustáramos aquellas
exquisiteces.
Ligia y Quisqueya, se conocieron a partir de enero del año
1960, en el penal “La Victoria”, mientras
aguardaban en las filas que se formaban para visitar a sus familiares y amigos
allí recluidos, integrantes del Movimiento Clandestino 14 de Junio. Sobre la
base de esas vivencias desarrollaron una hermosa amistad.
A la vez que Ligia visitaba a sus hermanos Vinicio y Rubén,
Quisqueya pretendía hacerlo con su esposo, Eugenio Perdomo Ramírez, lo que nunca
logró. Eugenio fue detenido en Santiago
de los Caballeros, el 25 de enero de 1960 y estrangulado en la silla eléctrica días
después, datos que ella desconoció por un período de aproximados 2 años.
En
el entorno de aquellas acciones, no entendí jamás, por qué la ambulancia, como parte del grupo
armado, se encontraba en el área donde
se realizaban las maniobras requisitorias? Formas y acciones de
la época de los inolvidables 12 años del gobierno presidido por
Joaquín Balaguer. ¡Que en nuestro país, hechos como estos, no
tengamos que vivirlos jamás!
Para
los Echavarría Hernández, con su
conducta ejemplarizadora, ante la
complicidad y apoyo que nos brindaron,
muestras de incalculable solidaridad,
nuestra gratitud por siempre.
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giannellaperdomo@hotmail.com
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