Podemos
contemplar la vida como una larga carrera por poseer: tenemos casas, coches,
cultura… hasta nos reservamos un lugar en el cementerio. Hablamos de “mi
dentista”, “mi profesor”, “mi peluquero”. Es como si esos títulos de propiedad
nos hicieran más fuertes, más importantes, incluso más felices. Por el
contrario, si nos preocupamos por desarrollar nuestras capacidades
(solidaridad, respeto al otro, valoración de uno mismo y de los demás, la
creencia en el otro, etc.) entonces somos gente rara, que no sintoniza con la
cultura del siglo XXI.
Más tarde,
Fromm llegaría a la conclusión de que todo “tener” implica un “ser” y todo
“ser” necesita un “tener” para existir. No podemos vivir sin unos mínimos
recursos: comida, vestido, hábitat. Es lo que podemos llamar propiedad para
uso. Esta propiedad si favorece el “ser” y posibilita un desarrollo y
crecimiento psicológico del individuo, sin poner falsos cimientos, ni apoyarse
en tierras movedizas como cuando lo que se pretende es tener más y más.
Pero también
existe la propiedad no funcional donde la finalidad primaria y última es
poseer, como trampolín para sentirse más seguro, libre e independiente o para
mitigar otras carencias, como la falta de resortes para resolver los conflictos
cotidianos. Este tipo de propiedad satisface las necesidades enfermizas
provocadas y estimuladas por nuestra sociedad de consumo.
K. Horney
señala que la dificultad de dar y recibir cariño, la falta de valoración de sí
mismo y la agresividad son las caras invertidas del “ser”. Para compensar esas
deficiencias el hombre moderno tiende a “poseer”. “Cuánto más tenga más me
querrá la gente, más seguro me encontraré y no tendré que destruir al otro”. De
esta forma el “tener” es un antídoto contra la infelicidad. En realidad, la
seguridad que provoca la posesión es ficticia, pues no se cimienta en uno mismo
sino en circunstancias externas; cuando éstas fallan, todo se viene a pique.
Lo sano estaría
en la línea de saber “tener” para posibilitar el desarrollo de nuestras
potencialidades. Así: el deportista incrementa sus cualidades físicas, el
intelectual crece en su capacidad de saber y el obrero se perfecciona en su
profesión. Podemos concluir que el afán normal de “tener” se vincula siempre al
bienestar personal, familiar o a una idea científica o religiosa; en cambio, el
afán neurótico se cimienta sobre la propia inseguridad, el sentimiento de
inferioridad o la angustia de la envidia. En palabras de K. Horney podemos
afirmar que “el afán normal de poderío nace de la fuerza; el neurótico de la
debilidad”.
Se trata de
favorecer la autoestima y la valoración que tienen los niños de sí mismos, a
partir de sus propias capacidades del niño (honradez, solidaridad, generosidad,
etc.) y no en lo que poseen o por sus resultados (las buenas notas). Así ayudaremos
a que de valor a lo que verdaderamente lo tiene: el “ser”. Hay que primar el
“ser”, sobre el “tener”, para que de adultos puedan disfrutar de forma correcta
de su “tener”. De esta forma habrán conseguido unir los del término de la
disyuntiva: ser-teniendo.
Lo importante
no es la fachada, sino lo que está dentro. Debemos esforzarnos por robustecer
en los más jóvenes lo que son, no lo que tienen. Así los valores de la
solidaridad, el compromiso, la honradez, la tolerancia, por ejemplo, están por
encima de poseer un coche último modelo o comprarse unas zapatillas de marca.
Lo primero es lo esencial, lo segundo accidental.
El niño debe
encontrar un clima donde se permita sentir y expresar hasta las emociones más
perversas. Un buen lema sería: se permite sentir y expresarlo con la palabra.
Por ejemplo, las vivencias agresivas no se pueden llevar a la práctica, pero sí
se pueden expresar y contar.
También debe
aprender que no es el ombligo del mundo. Las necesidades de los otros, y sus
deseos, son el contrapunto de sus inclinaciones y proyectos. Ser adulto es
tener en cuenta al otro y sus necesidades. La posición de “tener” está centrada
en uno mismo. Gira en torno a las propias necesidades: primero yo, después yo y
yo. Se trata entonces de vencer este narcisismo patológico que lleva al
consumismo.
Los instintos
más negativos deben transformarse a través del arte, el deporte o la cultura.
La felicidad es sinónimo de equilibrio con uno mismo y con el entorno. La
felicidad se construye en el intento de armonizar las necesidades del propio yo
con el universo. La felicidad es aceptar lo mucho o poco que somos o tenemos y
sincronizarlo con las exigencias propias y externas.
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Alejandro
Rocamora Bonilla
Psiquiatra y miembro fundador del Teléfono de la Esperanza
Psiquiatra y miembro fundador del Teléfono de la Esperanza
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