sábado, 24 de marzo de 2012

El Cardenal, Agripino y “Los bomberos” de Juan Bolívar

Roberto R. Rodríguez R.

A propósito del proceso electoral que vive el país, hay que ponerle atención a ciertas situaciones que se plantean con un supuesto propósito de conveniencia colectiva, cuando en el fondo no tienen otro objetivo que el encubrimiento de acciones deshonrosas y deplorables.
Es decir, como lo señalaba Carlos Marx, en su libro El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa”.
Eso --y no otra cosa--, es lo que podrían estar escondiendo la continúas intervenciones del cardenal López Rodríguez en los asuntos propios de los participantes del circo electoral, y en la que el representante máximo de la iglesia católica en el país parece no querer quedarse fuera de la payasada. Claro con un objetivo muy bien definido, el cual podríamos ver más adelante.
El Cardenal López Rodríguez
Para ello debemos remontarnos a la traumática e inolvidable noche del 14 de mayo de 1974, cuando la hueste reformista quiso poner fin a una jornada larga y dolorosa de represión contra la oposición electoral al tirano Joaquín Balaguer, representada en el poderoso Acuerdo de Santiago que tenía contra las cuerdas al régimen de oprobios que vivíamos desde 1966 y que llevaba como candidato presidencial a Antonio Guzmán Fernández.
Ha de recordarse que esa acción, ocurrida en San Rafael del Yuma, provincia La Altagracia, puso en peligro la vida del candidato presidencial opositor, quien milagrosamente logró escapar ileso de un ataque despiadado a tiros en contra de una caravana que anunciaba el cierre de la campaña.
Agripino Núñez Collado
Eso trajo como consecuencia la irrevocable decisión del Acuerdo de Santiago de retirarse de los comicios a celebrarse el 16 de ese mes, apenas dos días después. Para entonces, Juan Bolívar Díaz --que era analista político del desaparecido vespertino última Hora--, escribió un artículo titulado “Los Bomberos”, el cual se negaron a publicar los ejecutivos del diario, pero que vio la luz pública en la contraportada de una edición extra que trabajamos para el día 15 en el también desaparecido vespertino La Noticia.
En ese histórico e irreverente análisis, Juan Bolívar enrostraba a Rafael Herrera, director entonces del matutino Listín Diario y al obispo Hugo Eduardo Polanco Brito, la condición de “bomberos” que sólo accionaban cuando el fuego tocaba los intereses del gobierno, pero no así cuando la víctima era la oposición. Esto porque tan pronto el Acuerdo de Santiago anunció su decisión de retirarse de los comicios, ambos personajes aparecieron como mediadores para tratar de convencer a los líderes de ese movimiento, encabezado por el doctor José Francisco Peña Gómez, a que desistiera del retiro.
Juan Bolívar Díaz
Juan Bolívar era certero en las precisiones y razones que enarbolaba para acusar de “bomberos” a Herrera y Polanco Brito, porque en todo el trayecto de la campaña, a pesar de las continúas agresiones contra las manifestaciones de los acuerdistas y la persecución y apresamiento de muchos activistas, nunca abrieron la boca para reclamarle a Joaquín Balaguer que moderara a sus perros de presa.
Viene a colación el asunto, porque, como referimos al principio citando a Carlos Marx, nueva vez la historia se repite y ahora vez como farsa, con las intervenciones, en sus respectivos escenarios, de Agripino Núñez Collado y el cardenal López Rodríguez en cada una de las situaciones que no convienen al oficialismo.
Ya vimos la participación directa que tuvieron estos dos siniestros personajes en la “solución” del conflicto con el centro de cómputos de la Junta Central Electoral, que de paso fue creado por el propio presidente de esa institución, Roberto Rosario,  un descarado cuadro político del oficialismo que actúa sin parar mientes en sus bajezas e irresponsabilidades, adornadas con una arrogancia y prepotente que le delatan en su parcialidad.
Danilo y Margarita

Ahora es López Rodríguez, cuando observa que al oficialismo lo están pegando a la pared en las denuncias de la oposición y la sociedad civil con razonables sospechas de corrupción en muchas dependencias y funcionarios oficiales.
En esa jornada de denuncias se incluye al candidato presidencial Danilo Medina, puesto en evidencia por haber plagiado su tesis de grado como economista y el reclamo para que explique la procedencia de la fortuna que le permite llevar una vida de rey, sin que se le conozcan otras fuentes de ingresos que la que tuvo siendo Ministro de la Presidencia de 2004 hasta el 11 de julio de 2006, cuando presentó renuncia. Ya en el período 1996-2000 había desempeñado las mismas funciones, en la que creó mecanismo de manejos de fondos fraudulentos que costaron al Estado miles de millones de pesos de los contribuyentes y que terminó llevando a la cárcel a varios compañeros suyos de partido.
Lo mismo ha sucedido con la candidata vicepresidencial oficialista, Margarita Cedeño de Fernández, nada menos que la esposa del presidente actual, Leonel Fernández, a quien públicamente se le ha cuestionado por una serie de acciones que se le atribuyen que  van desde el manejo –sin mínima transparencia—de un presupuesto de 700 millones de pesos que administra en su despacho como primera dama,  hasta llegar a cerrar tiendas de lujo en Nueva York, España y París para hacer compras de zapatos, sobreros e indumentarias costosos pagados en dólares y euros con recursos del Estado. Nadie en el gobierno, ni siquiera la misma primera dama, se ha dignado en hacer un comentario sobre el tema. Igual ha sido señalada como poseedora de una cuenta por millones de Euros en un banco de Dinamarca que no ha sido de todo aclarada debido al secreto bancario que rigen las leyes de ese país. El silencio también ha sido la respuesta de la primera dama a las revelaciones de financiamiento millonario de su campaña por parte del Banco Popular, con recursos de los ahorrantes, en el que se incluye un apartamento en París.
Bueno, a todo esto y cuando la pelota se está poniendo interesante acerca de la falta de pulcritud y transparencia que, según los mismos participantes en la contienda electoral, ha exhibido cada uno de ellos cuando han tenido la oportunidad de manejar fondo del Estado, entonces aparece el nuevo “bomberos apaga fuegos”, López Rodríguez a sugerir que esos temas no se debatan en la campaña y a platear la firma de un “pacto de civilidad”. Esa es una falta de respeto al pueblo dominicano.  Si los candidatos son bestias incivilizadas, el cardenal no tiene ningún derecho a privar al pueblo dominicano de presenciar el circo y tener la oportunidad de sacar sus propias conclusiones acerca de las cáfilas, y sus cómplices, que pretenden seguirle dorando la píldora.
¿Acaso teme el cardenal quedar delatado en medio de la confrontación, de la misma manera que Hipólito Mejía desnudó a Agripino Núñez Collado y su famosa cuenta en dólares en un banco de Puerto Rico?
Roberto Rosario
Ya decía Vargas Vila, refiriéndose a ciertos curas que son “usufructuarios de la sangre de Cristo” en la tierra, los cuales pretenden exhibir la falsa figura del hombre de bien, bondadoso y humilde, cuando bajo su sotana  “vive su alma de Emperador”, a la que no quieren renunciar y enseñan su verdadera identidad cuando sienten amenazada la abundancia en la que viven de espalda a la propia razón de ser, y en cambio trafican con la fe y la esperanza de los pendejos.
Esta vez, y como es ya norma de conducta, siempre que sea en defensa de sus dadivas y bonanzas, el representante católico ejerce la función de prepucio, pretendiendo proteger de la delación pública a los sinvergüenzas que llevan 46 años burlándose del pueblo dominicano, con la complicidad de la jerarquía rancia y despreciable de la iglesia católica.
Todo esto, agravado por esa ambición desordenada de poder que ha mostrado la gente del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), apañada por estas acciones poco disimuladas, en instituciones que se les supone toda la transparencia necesaria para dirigir un proceso electoral, como es el caso de Roberto Rosario y su Junta Central, debe ser un advertencia clara para que a nadie lo agarren soplando botellas.
Es evidente que se está tejiendo una madeja en la que si nos descuidamos vamos a quedar atrapados todo el que no sea parte del tinglado que ha armado Leonel Fernández, y en ese proyecto –han dado más de una muestra convincente—están dispuestos a sacrificar a todo el que sea necesario si se convierte en obstáculo. Que el 21 de mayo nadie alegue ignorancia y desde ya, a quien no le guste el calor que vaya abandonando la cocina. Pero mientras tanto, sigamos dándole fuego a la lata, denunciando a todo el que la riqueza sin acta de nacimiento lo ponga en evidencia.

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